Allá por 1986, concretamente en verano, un señor con bata blanca me dijo que tenía algo que se llamaba diabetes. Y en sus posteriores explicaciones, me soltó de la misma que era incurable y que duraría toda mi vida. Así, con esas mismas palabras. Suavidad y diplomacia la justa, debió pensar en aquel momento. Pero un poco más de tacto ya le hubiera agradecido. En cualquier caso, resulta que ese hombre acudió a una frase que por lo que he podido comprobar con los años, otros muchos médicos se la han dicho a otras muchas personas cuando les diagnosticaban de diabetes. Y no es otra que “pero esto en unos diez o quince años está solucionado”. Y esa frase, a la que en ese momento te agarras como un loco porque es lo único bueno que te dicen en esa infausta primera visita al endocrino, queda grabada en tu mente a fuego, y te alimenta la esperanza durante esos primeros años de dudas, dificultades y sinsabores.
Con los años, cuando vas perdiendo los miedos y vas aprendiendo sobre la enfermedad, descubres que aquella frase formaba parte del “argumentario de ventas” de un endocrino de la época cuando se tenía que diagnosticar a una persona con diabetes por primera vez. Y en parte te desilusionas un poco. Los quince años han llegado… y han pasado. Quince… veinte… veinticinco… y todo sigue igual. Porque ves que aunque efectivamente, los avances y las mejoras van produciéndose poco a poco, tú te sigues pinchando, sigues teniendo hipoglucemias, sigues teniendo hiperglucemias, sigues con las dificultades de la diabetes y sigues esperando esa solución que aquel señor te prometió y no llega. Hoy día, la relación médico-paciente es más justa, más lógica, más racional. El paciente merece la verdad y nada más que la verdad, como en los juicios. Y promesas de este tipo no deben seguir produciéndose.
¿Era acertado decir aquella frase? o mejor dicho, ¿era necesaria? Mi opinión es un rotundo “no” a ambas cosas.
Oscar López de Briñas Ortega