Mi día a día con el medidor continuo DEXCOM Seven (cap. 13)

Hoy no puedo decir “mirad cómo sube la glucemia” o “el sensor me pica”. Porque estoy sin nada. A pelo. Como toda la vida. El segundo sensor murió el sábado y duró otros 11 días, como el primero. El apósito que trae alrededor del sensor ya estaba completamente despegado y sólo se sujetaba a mi piel por los dos Tegaderm 3M que le había colocado hacía dos días. Pero la última ducha del gimnasio fue el inicio de una serie de mensajes de fallo de lectura en los que el Dexcom me ponía “???” en lugar de una cifra de glucemia. Tras reanimarlo varias veces, al poco tiempo volvía el error. El sensor había muerto. Así que he decidido dar un descanso a mi tripa durante este fin de semana, y probablemente esta misma tarde me coloque el tercero.

¿Qué ha ocurrido este fin de semana? pues que cuando te acostumbras a llevarlo y un día te lo quitas, lo echas de menos. Es muy tranquilizador echar mano al bolsillo y ver qué ocurre con tu glucemia. Da una calidad de vida superior, sin duda. Y es este uno de sus grandes atractivos, como ya he comentado anteriormente. El receptor es demasiado grandote, pero se convierte en parte de ti. Sales a la calle y te lo metes al bolsillo. Y si te quedas en casa, le pones la funda con clip y lo cuelgas de tu pantalón mientras estás en casa. Es una prolongación de tu cuerpo. Y notas que, aunque no  lo mires, te da tranquilidad saber que en cualquier momento, puedes saber tu glucemia en tantos y tantos momentos a lo largo de tu vida en los que se te genera cierta ansiedad (antes de entrar en una reunión, antes de entrar en el cine, antes de hacer deporte…).

Creo que independientemente de las cuestiones monetarias y su relación coste-beneficio, un medidor continuo te proporciona una mejora de tu calidad de vida y cumple un importante papel psicológico de descarga en una enfermedad como la diabetes en la que nunca puedes quitarte la mochila de la espalda.

Oscar López de Briñas Ortega
@oscarbrinas