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La motivación. Cual es tu meta?

La motivación. ¿Cuál es tu meta?

 La motivación requiere de una meta, objetivo o expectativa realista. Sin metas no hay propósito. Por lo tanto, no hay posible motivación.

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La motivación no es eterna, hay que incentivarse con diferentes cosas y de diferente manera para mantenerse con esa motivación de lograr algo. Que estés motivado hoy no significa que mañana y pasado también lo estés. Es imprescindible el reconocimiento, ya que sino nos desmotivaríamos. Podemos tener 7 días seguidos con buen estado de ánimo, pero de repente nos podemos enfrentar a dos días seguidos  en los que nos sentimos malhumorados y desganados con todo lo que nos rodea. Significa esto que ya hemos perdido la motivación. La respuesta es no. Lo que ocurre es que necesitamos diferentes incentivos para mantener la motivación. Los incentivos pueden ser otorgados por uno mismo o pueden ser recibidos por otras personas. Por ejemplo; un cumplido que nos de el médico, “…estas cada vez mejor, se nota que estas involucrada con mejorar tu salud…” ; recibir el reconocimiento de un miembro de la familia, “… me encanta como te organizas con tu neceser de autocontrol, eres muy organizado…”

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Además cuando la persona que tiene diabetes siente que forma parte de un proyecto, la motivación es mucho mayor. Podemos preguntar a los monitores de nuestra asociación, cómo ha sido su vinculación con la asociación y porque siguen motivados, o por qué hay niños diabéticos año tras año que quieren seguir yendo a campamentos de verano con otros amigos que también tienen diabetes. Cuando la gente se involucra con un proyecto, la motivación es mucho mayor. Ver nuestro propio progreso nos motiva.

El optimismo —al igual que la esperanza— significa tener una fuerte expectativa de que, en general, las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones.

Goleman psicólogo americano defiende en su publicación que el éxito de una persona no viene determinado únicamente por su coeficiente intelectual o por sus estudios académicos, sino que entra en juego el conocimiento emocional. Cuando hablamos de inteligencia emocional, hablamos de la capacidad del individuo para identificar su propio estado emocional y gestionarlo de forma adecuada. Esta habilidad repercute de forma muy positiva sobre las personas que la poseen, pues les permite entender y controlar sus impulsos, facilitando las relaciones comunicativas con los demás.Desde el punto de vista de la Daniel Goleman, la  inteligencia emocional, el optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades. Y al igual que ocurre con su prima hermana, la esperanza, el optimismo —siempre y cuando se trate de un optimismo realista (porque el optimismo ingenuo puede llegar a ser desastroso) tiene sus beneficios

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Martin Seligman, es un psicólogo y escritor estadounidense,  define al optimismo en función de la forma en que la gente se explica a si misma sus éxitos y sus fracasos. Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar. Y estas distintas explicaciones tienen consecuencias muy profundas en la forma de hacer frente a la vida. Ante una enfermedad, por ejemplo, los optimistas tienden a responder de una manera activa y esperanzada, elaborando un plan de acción o buscando ayuda y consejo porque consideran que los contratiempos no son irremediables y pueden ser transformados. Los pesimistas, en cambio, consideran que los contratiempos constituyen algo irremediable y reaccionan ante la adversidad asumiendo que no hay nada que ellos puedan hacer para que las cosas salgan mejor la próxima vez y, en consecuencia, no hacen nada por cambiar el problema.

Iratxe Vilariño (Psicologa)

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